Intervinienen: Mur Bernad, Jose Maria - Lacasa Vidal, Jesus - Fuster Santaliestra, Bizen - Eiroa Garcia, Emilio - Pina Cuenca, Francisco - Cristobal Montes, Angel
El señor PRESIDENTE:
Pasamos ahora al punto siguiente: «Veinte años de vigencia del Estatuto de Autonomía de Aragón».
Señoras y señores diputados, en noviembre de 1880, Joaquín Costa reflexionaba sobre Aragón, y decía que este, que Aragón, «era un país donde la libertad no es idea, sino hecho; donde la libertad no es partido, sino nación», y todo esto lo decía a pesar de que desde el 29 de junio de 1707, el Decreto de Nueva Planta, firmada por Felipe V de Castilla, abolía en Aragón los fueros, privilegios, exenciones y libertades.
Por aquel Decreto de Nueva Planta, derivado del derecho de conquista, las instituciones políticas propias quedaron derogadas: las Cortes, su Diputación y el Justicia, y se obligaba a los aragoneses a sujetarse a las leyes de Castilla.
La organización política de España quedaba así fuertemente centralizada, y adquiere en el siglo XVIII dimensiones absolutistas y autoritarias.
La Constitución de 1812 refiere a una amplia lista de posesiones de España en la península, Aragón entre ellas, así como en África, en América y en Asia.
Las Constituciones de 1837, 1845, 1869 y 1876 ya recogen como organización política territorial a las diputaciones provinciales y a los ayuntamientos, pero hay que esperar hasta la Constitución de la República de diciembre del treinta y uno para que el Estado español se organice en municipios, provincias y regiones autónomas, necesitando estas de un estatuto que debía ser aprobado finalmente por el Congreso de los Diputados.
En septiembre del año 1932, la vecina Cataluña ya se reconoce como región autónoma, reconocimiento que también adquirió el País Vasco en octubre del año treinta y seis, en plena Guerra Civil.
Aquí, en Aragón, debemos esperar mucho más, hasta el año 1978, para que la vigente Constitución española diseñe un nuevo Estado en el que se recoge el derecho a las regiones y nacionalidades a su autonomía, esa autonomía que ahora, en Aragón, cumple veinte años y que tiene como referencia histórica permanente el deseo de un pueblo, el pueblo aragonés, a existir, reflejado ya en los proyectos federalistas de 1813, en el proyecto nacionalista de 1919 y en el proyecto regionalista de 1923.
Es en la II República 31-36 el momento más intenso de promoción y desarrollo de las ideas autonomistas, plasmadas en proyectos y en textos concretos. Desde el Sindicato Iniciativa y Propaganda de Aragón en 1931, la Diputación Provincial de Zaragoza en el año treinta y uno y treinta y dos, el anteproyecto de Caspe del año treinta y seis, y también, coincidiendo en la fecha, el Estatuto llamado «de los Cinco Notables». En aquella época se redactan proyectos de Estatuto de Autonomía que reflejan con claridad la voluntad que animaba a sus promotores, recogiendo, quizá, el ambiente que predominaba entonces en Aragón.
Estos textos fueron luego de gran utilidad a la hora de abordar, ya en plena transición a la democracia, la redacción del actual Estatuto de Autonomía de Aragón. La historia de la Ley Orgánica 8/82, del 10 de agosto, del Estatuto de Autonomía de Aragón, es nuestra historia presente, de la que todos guardamos memoria y de la que muchos de los aquí presentes fuimos protagonistas.
Desde el 20 de mayo de 1983, en que se constituye por primera vez el parlamento aragonés, las Cortes de Aragón, hasta este Pleno de Caspe, hasta hoy, 19 de junio del año 2002, largo e intenso ha sido el camino que hemos recorrido en estas cinco legislaturas. Pero no me corresponde a mí ahora hacer balance de este período inmediato; estoy seguro que los portavoces de los grupos parlamentarios, mucho más autorizadamente que yo, lo van a hacer a continuación.
Pero, a la vista de la azarosa y convulsa historia de Aragón de los últimos doscientos setenta años, podemos reconocer que en estos últimos veinte años, estos últimos veinte años, de manera especial, han sido los más fructíferos para nuestro desarrollo y en los que más arraigo y extensión han calado los conceptos de libertad, de democracia, de autonomía y de solidaridad.
Bueno es que hoy, aquí, en Caspe, rindamos homenaje de reconocimiento a todos cuantos hicieron posible, con su esfuerzo, con su trabajo y con su ilusión, que nuevamente podamos estar aquí reafirmando hoy, 19 de junio del año 2002, en los albores del nuevo milenio, reafirmando -digo- nuestra fe en Aragón y en los aragoneses, que al igual que en el pasado, tenemos que hacer entre todos, todos los días. Esta es una tarea que nos corresponde a todos, esta es una tarea permanentemente inacabada.
Pero, señorías, hay que mirar hacia el futuro, no solamente hacia el pasado, y ustedes saben igual que yo que estamos en un nuevo escenario, un escenario cambiante a una gran velocidad. Quizá la característica más importante de nuestro tiempo es que las cosas suceden mucho más deprisa: quizá por efecto de la globalización, de esa aldea global en la que vivimos, por la aplicación de las nuevas tecnologías… Por eso, yo creo que todos debemos reflexionar y decidir -muchas veces, sobre la marcha- sobre cuestiones que nos afectan y nos van a afectar muy directamente. Permítanme que reflexione, que deje apuntadas algunas de ellas.
¿Qué marco de relaciones institucionales se fijará a partir del año 2004, cuando, como fruto del trabajo de la Convención Europea en la nueva Europa unida y ampliada, se establezca un nuevo sistema de relaciones?
¿Cuál será en ese momento el papel en Europa de los actuales estados que la conforman, y cómo afectarán las nuevas normas a los estados complejos, a los estados compuestos que, como España, tendrán a su vez que coordinar su acción política con las comunidades autónomas?
¿Será preciso reformar la Constitución española para encontrar un nuevo modelo de relación con las comunidades autónomas y el Estado y del Estado con Europa?
Nosotros, para encajar todos estos cambios, para adaptarnos a este nuevo modelo, ¿será preciso que reformemos nuestro actual Estatuto de Autonomía de Aragón?
¿Cómo resolveremos las relaciones entre las comunidades autónomas que estarán ya en un alto grado de desarrollo y los municipios en Aragón con las comarcas?
¿Lograremos, de una vez por todas, una financiación suficiente y estable?
¿Será posible un poder autonómico fuerte en un Estado igualmente fuerte?
¿Se escalonarán los poderes públicos y se coordinarán entre ellos para hacer más eficaz el trabajo político, respetando siempre el principio de subsidiaridad?
¿Será la seguridad el límite de nuestra libertad?
¿Podremos cerrar las fronteras a un mundo cada vez más abierto y deseoso de participar en el progreso y en el bienestar social?
¿Estará la técnica al servicio de las ideas, o estas deberán doblegarse al servicio de las nuevas tecnologías?
¿Seremos capaces de hacer una sociedad más justa y más pacífica, donde los conflictos se resuelvan por medio del diálogo y de la palabra en lugar de por la fuerza y la violencia?
Señorías, esto no son más que reflexiones en un día histórico, en un día importante en el que celebramos el 20 aniversario de nuestro Estatuto de Autonomía, y lo celebramos en esta magnifica colegiata de Santa María de la histórica ciudad de Caspe.
Muchos son los retos y muchas son las oportunidades, pero esto, señorías, es el futuro, y el futuro está por escribir.
Muchas gracias.
Procede ahora la intervención de los grupos parlamentarios.
En primer lugar, en nombre del Grupo Mixto (Izquierda Unida), el señor Lacasa tiene la palabra.
El señor diputado LACASA VIDAL: Muchas gracias, señor presidente.
Señorías.
Decir Caspe y Estatuto de Autonomía casi podría parecer una redundancia. Grandes momentos del proceso autonómico de Aragón, del proceso de reconstitución de Aragón, han tenido como lugar protagónico la ciudad de Caspe.
Realmente, en un mes también de junio del año treinta y seis, teníamos aquí congregadas en la ciudad de Caspe las mayores esperanzas para poder volver a dotar de personalidad jurídica, de personalidad política a lo que podía ser ese Aragón inscrito -se ha señalado antes- en la Constitución republicana del año treinta y uno. Esperanzas de todo un pueblo, presencia abundante de ciudadanos venidos de muchos municipios, congreso autonómico presidido por Gaspar Torrente, con participación importante de muchas gentes que aquí vinieron a defender ese anteproyecto de Estatuto de Autonomía (veintiún artículos), y sentaba ya las bases de lo que podía ser una estructura institucional, un tejido básico de nuestra comunidad autónoma, de lo que entonces podía haberse constituido como una comunidad marco de la Constitución del año treinta y uno.
Y, sin embargo, qué poco duró, qué poco duraron las esperanzas y las ilusiones que aquí se concitaron, qué rápidamente vino un levantamiento militar y cómo, a consecuencia de ese levantamiento militar, una guerra que fracturó a los españoles y provocó el fin de esas esperanzas, de esas expectativas que había depositadas para promover a nuestra tierra y para dotarla de un contenido político pleno.
Tristemente, pasamos a otra etapa, a una etapa de silencio, de silencio no querido, de silencio impuesto, de silencio obligado, a una larga noche -alguien la ha calificado como «la larga noche»-, la larga noche del franquismo, de una dictadura terrible, terrible, porque fue sangrienta, porque fue cruel y porque se cebó en las personas, pero también en los ideales colectivos y, por lo tanto, en ese sentido, esa larga noche, a todos nos impidió crecer e incorporarnos a procesos democráticos y participativos.
Pero -y aquí viene la grandeza-, a pesar de estar sumidos en esa oscuridad, quiero reivindicar, Izquierda Unida quiere reivindicar el papel de muchos hombres y mujeres que ya entonces defendían, porque lo consideraban indisolublemente ligados los conceptos de libertad con los conceptos de autonomía política; en aquel momento, en aquellas etapas tan difíciles, navegando contra corriente, ya había quien defendía las libertades y la autonomía.
Quiero traer un mero ejemplo, y me parece que debo hacerlo por reconocimiento -como se diría- a mis mayores: quiero recordar aquel manifiesto para Aragón del primero de mayo de 1972, publicado en Ofensiva , órgano claramente clandestino, como ustedes se pueden imaginar en aquel momento. Y quiero recordar… Entonces era secretario general del Partido Comunista de Aragón Vicente Cazcarra, que en los años sesenta había sufrido cárcel, tortura y cárcel, y que en aquel momento impulsaba un texto de manifiesto para Aragón, que quiero leer algunas frases, algunos párrafos, porque me parece que sobreviven perfectamente con el tiempo que ha pasado.
Decía: «Los problemas de Aragón sólo se resolverán cuando los aragoneses podamos decidir de nuestros asuntos. Para ello, se hace necesario, entre otras cosas, que todas las autoridades y organismos a nivel local y provincial se elijan entre los aragoneses por sufragio universal y se cree una asamblea regional, elegida de igual forma, plenamente deliberante y de la que salga un órgano ejecutivo.
Pero al mismo tiempo que esa descentralización administrativa, es necesario también la económica, una regionalización de presupuestos y de los problemas económicos y sociales de Aragón.
El grado de autonomía que se establecería en un estatuto de autonomía para Aragón debería elegirse de acuerdo a la voluntad de todos los aragoneses.
Pero está claro que todo ello no será factible en tanto en España no haya un régimen de democracia. Por eso -parece muy significativo-, la lucha en defensa de Aragón forma parte indiscutiblemente de la lucha por la libertad en todo el país».
Yo creo recordar algunas -puede parecer enternecedor-…, pero, al final, las últimas invocaciones que se hacían, los últimos lemas de aquel manifiesto decían: «en defensa de los intereses y reivindicaciones del pueblo aragonés, contra el trasvase del Ebro y en exigencia de que se termine completamente el plan de riegos del Alto Aragón, por las libertades regionales y el Estatuto de Autonomía para Aragón, por la libertad para toda España».
Esto era el año 1972, y ya había esfuerzos importantes de gentes que se jugaban algo más que una discusión, se jugaban, pues, probablemente, años de cárcel, y creo que ese esfuerzo es el que nos permitió retomar el impulso a partir de una nueva situación creada, lógicamente, después de la muerte del dictador y en la que tuvimos la ocasión de construir entre todos un nuevo proceso.
Y vuelve a aparecer Caspe. Caspe vuelve a aparecer, el pueblo aparece en Caspe. Y ya, en el año setenta y seis, hay esa primera conmemoración, ese cuarenta aniversario de aquella primera reunión del año treinta y seis: reunión del año setenta y seis llena de ilusión, también de dificultades, porque los que aquí vinieron -también vuelvo a decir aquello de nuestros mayores, o mis mayores, por lo menos, a los que desde luego respeto-, aquellas personas que en nombre del Seminario de Estudios Aragoneses, y cito, rememorando, retomando la lista que da el periodista Javier Ortega en su libro Los años de la ilusión , las personas como Luis Germán, José Antonio Biescas, Javier Echeverría, Miguel Ángel Loriente, Miguel Morte, Miguel Ángel Portero, que solicitaron la celebración de una reunión, de esta reunión en Caspe, y que «lógicamente» -entre comillas lógicamente- fue denegada por la autoridad gubernativa, y tuvo que acogerse al amparo de los colegios profesionales de arquitectos, abogados y médicos, para poder celebrarse esta reunión en Caspe, esa primera reunión tan importante, tan fundante de lo que ha sido la recuperación de la autonomía en nuestra tierra, en nuestra comunidad autónoma. Por lo tanto, ese homenaje mínimo -que a mí, desde luego, se me sale por la boca- creo que es imprescindible hacerlo, porque es recuperar un mínimo de la dignidad y del recuerdo de quienes tanto hicieron por Aragón.
Y, a partir de aquí, el camino no fue sencillo. Hubo momentos preautonómicos, incluso preconstitucionales; después, la Constitución española, y empezó el proceloso..., y no se preocupe ninguna de sus señorías ni nadie, que no voy aquí a trazar el iter legislativo de la ley orgánica que finalmente, el año ochenta y dos, da lugar al Estatuto de Autonomía de Aragón, pero todos sabemos que fue un proceso muy complejo, muy largo en el tiempo -desde el año setenta y ocho hasta el año ochenta y dos pasan muchos años, evidentemente-, y no fue un proceso sencillo. Incluso Aragón vio mermada su posibilidad de acceder desde el primer momento a la autonomía plena. Todos, seguramente, en estos momentos hubiéramos hablado de otra manera si desde aquel principio hubiéramos encauzado nuestro proceso autonómico por la vía del artículo 151. No pudo ser en aquel momento; hubo acuerdos políticos que lo impidieron. En todo caso, tampoco, desgraciadamente, llegó cinco años después la anhelada reforma para llegar al nivel de autonomía de las comunidades más avanzadas, y, por lo tanto, hubieron de pasar muchos años todavía para que en el año noventa y seis, en la segunda reforma del Estatuto de Autonomía de Aragón, hayamos ya incorporado un catálogo muy importante de competencias autonómicas que creo que ha aproximado realmente a Aragón a lo que es una comunidad autónoma en la vanguardia de las comunidades autónomas del conjunto del Estado.
Pero aún queda camino -y esa es la última reflexión que queremos, desde Izquierda Unida, dejar encima de la mesa-, queda camino por recorrer, porque no todas las expectativas del autogobierno aragonés se han colmado, y baste como ejemplo recordar que estas Cortes de Aragón han creado una Comisión especial de estudio para analizar la ampliación del autogobierno de Aragón, y, sin duda, el Estatuto de Autonomía de Aragón tendrá un lugar muy específico de estudio y de análisis dentro de esta comisión que he citado.
Y, desde luego, hay que resolver asuntos, y el presidente de las Cortes lo decía, y me sumo a algunos de los que él apuntaba; fundamentalmente, los más importantes, de articulación de relaciones entre poderes, fundamentalmente; es lo más importante. Hay aspectos -es cierto- de competencias que nos faltan; puede haber un problema grave en la financiación y hay que mejorar la financiación; puede haber problemas institucionales como que no estén presentes mecanismos de consulta popular o que no se puedan convocar elecciones propiamente autónomas, sino que están en el contexto de un paquete global de comunidades y de elecciones municipales. Todo esto es cierto, pero creo que el principal problema que tiene todavía Aragón, la autonomía de Aragón y, en general, el Estado autonómico es la articulación de un esquema de relaciones -entiéndalo ustedes- en el esquema de los países federales, un esquema de relaciones, de articulación, de solidaridad federal que realmente vaya de abajo arriba y de arriba abajo, y en ese esquema tenemos mucho que caminar todavía, porque la presencia de Aragón en las grandes decisiones del Estado y de la Unión Europea requiere -seguro- de novedades, requiere de articulación diversa, requiere, probablemente, de cambios constitucionales -lo decimos con toda claridad-: articulación del Senado, conferencia de presidentes -todo este tipo de cuestiones-, presencia en los debates de la Unión Europea; todos son asuntos que quedan encima de la mesa sometidos a la siguiente fase, que esperemos que sea una fase apasionante e intensa, de desarrollo autonómico, que es la que nos corresponde protagonizar a, entre otros, los que estamos en esta cámara, pero con nosotros, sin duda, al pueblo aragonés, que ha irrumpido siempre en la historia del proceso autonómico, el pueblo ha estado; estuvo en el setenta y seis, estuvo en el setenta y siete en Caspe, ha estado en los años ochenta de forma clara en las calles de Zaragoza y Madrid pidiendo autonomía, y en los años noventa. Y, por lo tanto, creo que esa circunstancia se produce, y en el siglo XXI tenemos que estar convencidos de que el pueblo seguirá irrumpiendo en la historia de Aragón, y los representantes políticos debemos saber, ser capaces de sintetizar sus enseñanzas, de cumplirlas y, por lo tanto, de ponerlas en marcha.
Muchas gracias.
El señor PRESIDENTE: Muchas gracias, señor diputado.
Por el Grupo Parlamentario de Chunta Aragonesista, don Bizén Fuster tiene la palabra.
El señor diputado FUSTER SANTALIESTRA: Gracias, señor presidente.
Señorías, en apenas el espacio de una semana hemos celebrado, conmemorado veinticinco años de democracia, de primeras elecciones democráticas, en las que, obviamente, como demócratas, nos congratulamos, y veinte años de Estatuto de Autonomía, veinte años de ejercicio de autogobierno en Aragón. E incluso en apenas otra semana o pocos días más conmemoraremos también ese 29 de junio de 1707, en que los Fueros aragoneses fueron derogados por Felipe V en la promulgación de los Decretos de Nueva Planta. Unas fechas llenas de contenido, de significado, y en una ciudad especialmente simbólica y significativa para la lucha por el autogobierno como es la ciudad de Caspe. Podríamos hacer ese ejercicio de recuperar el pasado para construir el futuro, y, como otros portavoces van a incidir en otros momentos de la historia reciente del autogobierno en Aragón, quisiera recordar especialmente las fechas de 1936 del Congreso autonomista de Caspe, fruto y producto de un trabajo a lo largo de todo el primer tercio de este siglo pasado, del siglo XX, en el que desde el aragonesismo se avanzó de una manera tan importante que culminó con ese congreso autonomista, que hubiera hecho, en el caso de que no hubiera estallado la guerra civil, que Aragón hubiera sido la cuarta comunidad en acceder directamente al autogobierno, si hubiera, además, refrendado, a través de un referéndum, ese Estatuto de Autonomía que avanzó bien, en el que se trabajó bien y en el que aquí, en Caspe, se cumplieron perfectamente los objetivos. Los avatares de la historia no estaban previstos, y eso nadie pudo cambiarlo, pero aquí, en Caspe, se cumplieron perfectamente los objetivos, como ahora veremos.
En esos primeros días de mayo de 1936 se reunieron en esta ciudad muchos aragonesistas con la idea de dar un paso de gigante en la idea del autogobierno en nuestra tierra. Y decía un manifiesto de convocatoria previamente anterior, del mes de marzo, fechado también en Caspe, dirigido a la opinión republicana -estábamos en plena II República- aragonesa -leo literalmente-: «Por desidia de unos, indiferencia de otros y falta de fe en sí mismos los más, los aragoneses han dejado pasar con inaudita pasividad momentos propicios para conseguir el que fuesen reconocidas sus aspiraciones como colectividad, como pueblo. Aragón ha podido demostrar y demostrará que tiene perfecto derecho a constituirse autónomamente, con libre ejercicio de sus funciones, pues gobernándose a sí mismo es de la única forma que conseguirá, elevando su nivel cultural, convertirse en un país floreciente dentro de la península ibérica. Una vez más se presenta la ocasión y hay que aprovecharla. Las elecciones municipales constituyen el primer paso que es preciso, según la Constitución, para la consecución de la autonomía. Es necesario ganarlas para los partidarios de ella, y, conseguido el triunfo en los municipios, que estos planteen la votación del estatuto. Verificado esto, si es favorable, se convoca el plebiscito popular, y, si por fin el pueblo demuestra su entusiasmo aprobándolo, ¿quién osará oponerse a la voluntad unánime de los aragoneses?», decía este manifiesto en Caspe, 1936, en el mes de marzo.
Y, efectivamente, eso fue así, y a primeros de mayo, en esta ciudad, se convocó ese congreso autonomista, ese congreso de autonomía, presidido por Gaspar Torrente, al que, como sus señorías, sin duda, sabrán, desde la perspectiva del grupo político y del grupo parlamentario del que les hablo tenemos una especial devoción, evidentemente, porque él fue el presidente de esta asamblea autonomista. Y quisiera terminar este recuerdo histórico a la ciudad de Caspe y a su lucha por el autogobierno con unas breves palabras de Gaspar Torrente en la clausura de este congreso. Decía: «Aragoneses, después de varios días de tarea, vamos a clausurar este congreso por la autonomía de Aragón. Los aragoneses residentes de Barcelona no podemos ocultar la satisfacción que nos produce la inmensa labor realizada. La semilla estatutista va dando sus frutos, y nosotros, en estos momentos, debemos unirnos fuertemente para conseguir el estatuto aragonés. Este congreso marca la ruta para conseguir el fin ansiado por todos los aragoneses, y vosotros, señores asambleístas, no podéis, no debéis de dudar y seguir luchando hasta que se haya conseguido nuestro propósito: conseguir el estatuto. Conseguiremos la libertad de Aragón. Hemos aprobado las bases sobre las cuales se confeccionará el estatuto aragonés. Luego vendrá el parlamento aragonés a confeccionar el porvenir de nuestra tierra».
Y decía Julio Calvo Alfaro, que era el representante de la delegación de la Unión Aragonesista de este congreso, finalmente una frase que creo que es perfectamente legible y entendible en los tiempos que hoy corren. Refiriéndose a los políticos, afirmaba: «No deben constituir un obstáculo. Aragón no irá contra ellos si ellos van con Aragón, pero la experiencia dice que, cuando un pueblo manifiesta su voluntad, arrolla todo lo que se opone ante ella». Termina afirmando: «Aragón ocupa hoy un puesto preeminente en la historia de España, ya que su conducta imprimirá una nueva ordenación en la estructura de la República».
Bien, pues ese lugar preeminente que ocupaba entonces Aragón en ese año treinta y seis como cuarto territorio que iba a acceder al autogobierno, transcurridos los cuarenta años de oscuridad de la dictadura, y sin que se sepa muy bien por qué, cuando aparece la lucha por las libertades de nuevo, Aragón recupera nuevamente ese espacio y Aragón es la primera comunidad donde se produce una masiva movilización, la manifestación del año setenta y ocho; es la cuarta comunidad que accede a la preautonomía, la cuarta, y, desde el principio, en Aragón, la lucha, el grito de amnistía, de libertad siempre ha ido unido al de autonomía, desde el principio de la transición, desde el principio de la recuperación de las libertades. Incluso en ese acto masivo de Caspe en 1976, al que ya se ha aludido, en esas elecciones democráticas el 15 de junio del setenta y siete, donde Aragón es la única comunidad, junto al País Vasco y Cataluña, que desde el principio obtiene representantes aragonesistas en el Congreso de los Diputados, y no los ha dejado de tener nunca, después de estos veinticinco años ya de ejercicio democrático.
No quiero repasar el discurrir a lo largo de esos años, pero sí que me gustaría, porque la memoria suele ser frágil, recordar que el camino no ha sido nada fácil; que incluso llegar a ese estatuto reducido, pero estatuto al fin y al cabo, del año ochenta y dos fue un camino difícil. No quisiera olvidar que Aragón fue víctima de los pactos de los grandes partidos y, en concreto, que Aragón dejó de acceder a la autonomía por la vía plena, primero, porque las circunstancias históricas impidieron que hubiera plebiscitado su estatuto de autonomía en el año treinta seis, como hemos dicho, y segundo, porque el mandato entonces de la UCD -y creo que no hay que olvidar quiénes estaban al frente en aquellos momentos de la UCD en Teruel- impidió, por una suma no alcanzada, que Aragón accediera a la autonomía plena en aquellos momentos a través del artículo 151. Y vinieron más dificultades, y se aprobó este Estatuto, y quien había acabado de ser presidente preautonómico de Aragón dijo que, efectivamente, este era tan solo un Estatuto para empezar a andar, hasta el punto de que algunos no dudaron en calificar a este Estatuto -algunos aragonesistas- como el tacatá, porque era precisamente aquel que permitía empezar a andar. Y había mucho trabajo por delante, tanto que, cuando se producen los pactos autonómicos en el año noventa y dos, en Aragón nuevamente y únicamente en Aragón se producen masivas manifestaciones de protesta en el año noventa y dos reclamando la autonomía plena, en el año noventa y dos, 23 de abril del noventa y dos; ese mismo año, el 15 de noviembre, en Madrid, ante el Congreso de los Diputados, en un acto y una movilización también sin precedentes, y al año siguiente de nuevo, el año noventa y tres, el 23 de abril, en masivas manifestaciones de más de ciento veinticinco mil personas reclamando esa autonomía plena a la que todavía no habíamos accedido. Eso motivó la elaboración de un texto en las Cortes de Aragón, un texto que, en aras del consenso, ya lógicamente fue rebajando las pretensiones para alcanzar un consenso que se alcanzó entonces desde los grupos políticos que estaban en la cámara, y que fue posteriormente mermado también por parte de los partidos de ámbito estatal en su aprobación definitiva en el año noventa y seis. Es decir, el camino y el recorrido hacia el autogobierno en Aragón están inconclusos, no hemos terminado, ni mucho menos; hay mucho trabajo por hacer.
Y después de estos años en los que no hemos avanzado como debiéramos haberlo hecho -desde nuestra perspectiva al menos-, se nos plantea de nuevo una oportunidad de volver a recuperar ese papel protagonista que Aragón tuvo en los tiempos de la República, en los comienzos de la transición, en la lucha por unas mayores capacidades de autogobierno en los años noventa y dos y noventa y tres, y se nos plantea de nuevo con esa creación de esa comisión especial de estudio parlamentaria para la profundización en el autogobierno, donde, casualmente, otra vez Aragón es la tercera comunidad que lo plantea, aunque alguna otra, como en el caso de Galicia, ha planteado desde hace tiempo cuestiones como la de la administración única o la participación de las comunidades autónomas en Europa. Tenemos de nuevo una oportunidad, recordando esos textos que he leído al principio, de buscar el acuerdo entre todos los representantes políticos aragoneses, entre el conjunto de la sociedad aragonesa, de avanzar en el ejercicio del autogobierno razonablemente, constructivamente, con sentido de Estado, porque al fin y al cabo, cuando hablamos de Estatuto, estamos de hablando de sentido de Estado de Aragón.
Y tenemos que hablar no solo de reformas del Estatuto -¡claro que hablaremos!-, y la próxima legislatura puede ser un buen momento para afrontar una reforma del Estatuto; pero hay muchas más cosas que han pasado durante estos últimos años, y que tienen que ser objeto de reflexión seria, profunda, y creo que es el trabajo que tiene que hacer esa comisión, de la que creo que debemos sentirnos orgullosos todos los grupos -incluso alguno que no votó su constitución- y empezar a trabajar codo con codo en ella, como consta que, por otra parte, se está empezando a hacer en las dos sesiones de trabajo que lleva en estos momentos.
Es la oportunidad de decir qué es lo que piensa Aragón respecto a este modelo de Estado en el que nos sentimos a veces mal representados, con foros insuficientes para poder hablar; tenemos que decir qué ocurre, cuál es la participación, cuáles son las mecánicas de relación entre las comunidades autónomas entre sí y entre estas con el Estado, en un modelo definido por algunos como «cuasi federal», pero que, efectivamente, no tiene esos mecanismos: ¿dónde está ese Senado con capacidad de debate para los asuntos territoriales?, ¿dónde está esa cámara territorial prometida en la propia Constitución, que nunca ha llegado después de veinticinco años de democracia? Es la gran oportunidad de empezar a hablar de esas cosas.
¿Qué ocurre con un proceso de integración en la Unión Europea, que afecta necesariamente a todos los poderes públicos, a todas las administraciones, y también, cómo no, a las autonómicas, que ven que muchas de sus políticas se deciden también en las instancias europeas? ¿No es momento de abordar este problema y de reflexionar y de intentar dar soluciones, y dar las respuestas desde este parlamento aragonés, que representa al conjunto del pueblo, de los ciudadanos aragoneses? Por supuesto que sí.
¿Por qué no continuar con el proceso de impulso de las transferencias? Hay más transferencias pendientes, ciertamente, pero no solo las que son de exclusiva titularidad de las comunidades autónomas. ¿Qué pasa con todas las competencias que son titularidad estatal y que a través del artículo 150.2 de la Constitución pueden ser delegadas y transferidas también a las comunidades autónomas, como ya en algunas otras comunidades autónomas se está empezando a hacer? Hay mucho trabajo, señorías, mucho recorrido por delante, y a ese trabajo serio, a ese trabajo riguroso, a ese trabajo desde el consenso, desde la búsqueda del acuerdo -entendemos que debe haberlo y somos los primeros que vamos a propiciar acuerdos en esta materia- es al que desde nuestro grupo parlamentario nos comprometemos y al que emplazamos -creo que debemos emplazar- a esta cámara como representante de la soberanía aragonesa ante el pueblo aragonés, al que representa.
Nada más, y muchas gracias, señorías.
El señor PRESIDENTE: Muchas gracias, señor diputado.
En nombre del Grupo Parlamentario del Partido Aragonés, el diputado don Emilio Eiroa tiene la palabra.
El señor diputado EIROA GARCÍA: Señor presidente. Señorías.
La celebración en este marco histórico para las Cortes de Aragón de este Pleno, aparte de invitarnos a pensar y a recrearnos en nuestras raíces históricas, en nuestras raíces jurídicas, nos ha de invitar hoy, cómo no, a la reflexión en la perspectiva de veinte años de autonomía y el precedente del proyecto de Estatuto de Caspe de 1936, referencia no ya solo jurídica sino de entusiasmo y sentimiento aragonés.
Un alto porcentaje de aragoneses, de jóvenes que nacieron con los inicios de nuestra autonomía, algunos de los diputados que hoy se sientan en los escaños de las Cortes de Aragón formando parte de esta cámara, podrán conocer, por lo que ya es historia reciente, y sin esforzarse mucho en su memoria, los inicios de este proceso autonómico, a través incluso de referencias personales de quienes hemos tenido la oportunidad de vivir desde su inicio, en directo, los avatares de nuestra autonomía, con una, también, directa participación.
Nada ha sido fácil en esta tierra, y el vivir en una sociedad en democracia, con libertad, donde hoy no hay que explicar demasiado lo que es el autogobierno, lo que es la democracia, lo que son las libertades, tal vez nos pueda hacer perder la perspectiva de algo que hoy vemos como normal. Y es la existencia de una comunidad autónoma con fuertes raíces históricas, fuertes raíces jurídicas y fuertes raíces culturales, una comunidad autónoma en la que las instituciones de gobierno, las Cortes y el Justiciazgo, nos parece que hayan existido toda la vida.
Nuestras referencias para valorar lo actual debe ir más lejos; al menos, la época que a mí personalmente y a algunos de los diputados que aquí están nos ha tocado vivir valorará sin duda mucho más positivamente la época actual que estamos viviendo, porque, cuando comenzamos a hablar de autonomía, las referencias que teníamos eran unas referencias difíciles de entender a veces, complejas, llenas de avatares históricos, que en ocasiones nos hacían incluso ver el futuro con cierta preocupación.
Lo que tenemos hoy (insuficiente al valorar de algunos, bastante para otros, criterios que respetamos) no es sino el fruto de una larga lucha que tiene una referencia ya en 1921, cuando en Barcelona se celebra el segundo congreso aragonesista, del que surgen las bases para el Gobierno de Aragón y al que sucede en 1923 el proyecto de bases para un estatuto de la región aragonesa dentro del Estado español.
Quizá los títulos nos demuestren ya por dónde se producían las diferencias, y es ya en 1936 cuando la segunda República abre vías constitucionales de descentralización y cuando Aragón puede unirse al proceso autonómico con el Estatuto de Caspe, que tuvimos como referencia jurídica, pero sobre todo, como antes decía, como norte de la ilusión del ejemplo y del trabajo.
Nombres de todas las tendencias políticas como Moneva, Pozas o Baselga, Lorenzo Pardo, Rocasolano, Marraco, Sancho Seral, Calvo Alfaro o Gastón, entre otros, fueron motores de un sentimiento que culminó en el proyecto de Estatuto de Caspe, para entrar ya, tras la contienda civil, en el Estatuto de 1982, después del tremendo impulso que desde esta ciudad se hizo al tema autonómico en la conmemoración de Caspe que todos recordamos de 1976.
Pero incluso antes, en 1918, en un manifiesto a los aragoneses y a los que viven en Aragón, ya se hacía aquella matización de acción regionalista de Aragón; se decía: «Aragón, porque tiene personalidad, piensa ya con urgencia en ser autonómico. Amamos nuestro derecho -se decía en aquel manifiesto-, amamos nuestro derecho foral, y lo queremos viviente y apto para modificarse según la sociedad». ¿No nos trae esto al recuerdo los intentos recientes que estamos haciendo por recabar más autonomía, por recabar una puesta al día de nuestro derecho, en el que se está trabajando desde el Gobierno de Aragón?
Se decía también en aquel manifiesto de 1918: «Defendemos una hacienda propia y los recursos naturales de Aragón». ¿Qué nos trae a la memoria en estos momentos esta frase de tantos años atrás? Pues nos trae a la memoria que necesitamos esa hacienda fuerte y que necesitamos el aprovechamiento de nuestros recursos naturales en Aragón. Y no quiero entrar en ninguna otra discusión.
El proyecto de bases para un estatuto de la región aragonesa dentro del Estado español, publicado también por la Unión Regionalista en diciembre de 1923, apostaba por la estructura comarcal. No está aquí el consejero de Presidencia y vicepresidente del Gobierno de Aragón, pero desde 1923 hemos seguido manteniendo la misma teoría de que Aragón necesita estructurarse en comarcas.
Quiero decir con todo esto y poner de manifiesto, con esta visión retrospectiva, que el Estatuto de Caspe supo catalizar esfuerzos anteriores y que nuestra voluntad autonómica ha podido ser, en un momento determinado, intuitiva, fruto de la ilusión y de los deseos de libertad, plasmación de un sentido y un sentimiento de identidad de un pueblo como el aragonés, pero, sin duda alguna, en gran parte, consecuencia de la reflexión, del estudio y de un sentimiento pleno de justicia heredado de generaciones anteriores.
No quiere ser la mía hoy, ni por asomo, una intervención que tenga ningún aspecto negativo; al contrario, con el transcurso del tiempo, hemos de reconocer los importantes pasos que se han dado en nuestro autogobierno. Pero ello no debe obstar para que mi partido, con el respeto debido a otras posturas, el PAR, mantenga una sana inconformidad, pensando que los pasos que hemos venido dando en el tema autonómico podrían haber sido más rápidos, más firmes, más largos, y que todavía nos queda un largo camino que recorrer hasta conseguir la plena autonomía, o al menos igualarnos a los que, por caminos que nosotros podíamos haber recorrido y se nos impidió al amparo constitucional, han alcanzado mayores cotas de autogobierno, y, sobre todo, mayores cotas de financiación.
Hoy, en este marco, creo que es el momento de pensar en positivo; hoy creo que debemos mirar hacia el futuro.
A nuestra manera de ver, de inmediato deberíamos afrontar una nueva reforma que dé cumplimiento a lo que la Constitución establece cuando prescribe que no puede haber diferencias entre comunidades autónomas por causa de sus estatutos, y hoy, por desgracia, esas diferencias todavía existen, porque en los últimos años, desde el principio de la autonomía, hemos tenido que hacer desde el punto de vista autonómico una carrera desigual, en la que además de partir con retraso no tuvimos las mismas oportunidades, porque, en aras de intereses generales del Estado, se nos sacrificó en el camino a seguir, y se nos sacrificó también con una financiación autonómica que obviaba nuestra singularidad, bajo la trampa de la teoría puramente estadística.
A partir de hoy, creemos desde el PAR que nuestra autonomía ha de seguir profundizando en la regularización de las relaciones entre los gobiernos, esa articulación de poderes, de la que se ha hablado desde esta tribuna, fundamentalmente, entre el poder central y las comunidades autónomas, en la consecución también de un Senado que sea realmente cámara territorial donde Aragón pueda ser escuchado y entendido en sus planteamientos. Y esto completado también con la consecución de un peso específico en los marcos europeos, en la Unión Europea, donde deberemos ajustar nuestras relaciones entre los estados y donde se está produciendo una aceleración en el devenir histórico, para lo que tenemos que estar preparados a través de nuestro Estatuto.
Yo leía estos días con atención los programas políticos de hace no menos de veinte años; hablábamos todos de la necesidad de incorporarnos a Europa; hoy tenemos que ver ya con precaución, con inquietud, con mucho cuidado, cuáles son estas consecuencias, y poner los medios para que todas estas consecuencias sean positivas. Entendemos también que hemos de mantener que los fundamentos de nuestra autonomía están reconocidos en la Constitución, y están reconocidos por los fundamentos forales de la disposición adicional primera de la Constitución, a la que no hemos renunciado nunca desde Aragón, y sí nos hemos reafirmado a través de nuestro Estatuto.
Y algo que también hay que decir ante los temerosos, y es que el proceso autonómico es dinámico y de duración indefinida; por lo que no aceptaremos nunca el deseo, a veces precipitado y reiterado, de darlo por concluido.
Habremos de esforzarnos en conseguir una financiación autonómica suficiente, bien con fundamento en la disposición adicional primera de la Constitución o, en su caso, por el cumplimiento del artículo 48 de nuestro Estatuto: uno de los puntos clave de nuestro Estatuto reformado en 1996, junto con el reconocimiento de nacionalidad, que nos permite acceder a las mismas cotas de poder que tienen otras comunidades.
Y, por último, también, y ante el temor o por acusaciones de nacionalismos exacerbados, manifestamos que en el reto autonómico que nos queda por delante nada ayudará tanto a la unidad de España como el convencimiento de saber que el proceso autonómico no siga dependiendo, como a veces ha dependido, del terror o de simples conveniencias políticas.
He dicho a lo largo de mi intervención que hoy no cabía ser negativo, por lo que conmemoramos y por el lugar en el que nos encontramos; por eso quiero terminar manifestando, en nombre de mi grupo, que, a pesar de las dificultades y a veces de la sana crítica, sería injusto no reconocer que estos veinte años transcurridos al amparo de nuestro Estatuto nos han permitido recuperar poderes que habíamos perdido, y, sobre todo, nos permiten recuperar la ilusión por nuestra tierra de cuantos por nacer o por vivir aquí nos sentimos orgullosos de ser aragoneses.
Este es el camino que nos queda por recorrer; desde el PAR esperamos recorrerlo en equipo, pero recordando que una de las razones de ser de nuestro partido es la autonomía plena de Aragón, por la que nunca dejaremos de luchar.
Señor presidente, sé que lo que voy a exponer a continuación podría ser llamado a la cuestión. Espero de su generosa interpretación del Reglamento que mis palabras se entiendan más como una continuación de lo que acabo de decir, cuestión quizá anecdótica y sin importancia, dentro de los veinte años de autonomía que coinciden con mis casi veinte años de dedicación a la vida parlamentaria. Tantos años compartidos en su totalidad con muchos compañeros, pero especialmente con dos con los que hoy rompo el trío, con Paco Pina y José Ángel Biel, que estamos en estas Cortes desde el primer día; espero que podáis cumplir las bodas de plata en estas Cortes.
Hoy, por una cuestión de pura forma, después de tantos años, me creo en la obligación de hacerlo, con una sensación mezcla de tristeza pero también de emoción y de orgullo, hoy digo adiós a la vida parlamentaria; esta es mi última intervención, y al terminar esta sesión presentaré mi renuncia como diputado de estas Cortes. A lo largo de la sesión, y aunque he querido no hacerlo, no he podido evitar que pasen por mi mente muchos y muy variados recuerdos de estos veinte años en la actividad de esta cámara, que han marcado mi vida en lo que he pretendido que fuese una aportación modesta, pero siempre ilusionada por esta tierra.
Hay algo que los humanos no podemos obviar y es el paso inexorable del tiempo; para ello solo hay que prestar atención a referencias, y me acordaba esta mañana, me acuerdo muchas veces, de las primeras Cortes recuperadas y de mi participación en la primera comisión de la que formé parte, que era la comisión encargada de redactar el Reglamento de estas Cortes, en la que trabajaba junto con García Nieto, junto a Antonio Piazuelo, con José Luis Merino y con Luisa Fernanda Rudí. Trabajamos en largas e interminables sesiones que comenzaban en el caserón de la calle San Jorge, donde estábamos de prestado, y terminaban, porque se cerraba el edificio, a altas horas de la noche en una cafetería cercana con la ayuda de un bocata, y donde trabajaba la letrada que llevaba aquella comisión, que era Vega Estella, a quien todos conocemos.
Vega Estella compaginaba su trabajo con la ilusión de la espera de sus gemelas; hoy, las hijas de Vega Estella, Clara y Laura, están a punto de entrar en la universidad. Esa es una referencia del tiempo transcurrido, pero también para mí una imagen, una especie de sensación de ver lo que ha pasado en el transcurso de estos años y lo que se ha podido hacer. Transformar las esperanzas en realidades positivas es algo de lo que tenemos que alegrarnos siempre, y esa imagen la veo también en Aragón.
Creo que el ser humano tiene una gran cualidad, como es la memoria selectiva, recogiendo y haciéndonos recrear lo positivo, despreciando lo que de negativo hubiese habido en nuestras vidas. Hoy solo tengo memoria, en estos momentos, para los buenos momentos, y desprecio y me sacudo de cuanto negativo haya yo producido o haya podido vivir.
En estos momentos quiero agradecer a mi partido, fundamentalmente, la confianza que siempre ha depositado en mí; a todos los compañeros de estas Cortes a lo largo de tantos años, agradeciéndoles su amistad a todos; a los funcionarios de esta casa, las atenciones que han tenido conmigo. Pido perdón si en alguna ocasión he podido ser -tengan la seguridad de que sin quererlo- impertinente, ofensivo o ineducado. He intentado siempre el diálogo, el entendimiento, a veces sin conseguirlo y a veces sin ser entendido, pero siempre buscando el acuerdo, aunque pareciese imposible.
En mis primeros años de instituto -y termino, señor presidente- tuve la gran suerte de tener buenos maestros, aquello que entonces llamábamos maestros en el amplio sentido de la palabra. Uno de ellos, en mis primeros años de instituto en tierra muy lejana a la aragonesa, me aficionó a la lectura y, casi como una premonición en aquellos tiempos, nos hacía estudiar unos poemas de un autor que entonces no entendíamos muy bien por qué nos los hacía leer y por qué nos hacía profundizar en ellos. Vuelvo a repetir que era una premonición. Aquel poeta se llamaba Ibn Gabirol, era zaragozano de adopción allá por el año 1100, y escribió aquellos versos tan bellos que yo siempre he recordado y he guardado, decía: «Cíñete con el arte de hablar como de un cinto, del verbo cual coraza, y pon la inteligencia por testigo». Yo creo que aquí está definido lo que ha de ser el papel de todos nosotros en la vida política activa.
Quiero terminar con un recuerdo emocionado a las personas que hoy no pueden estar aquí, que podían haber vivido estos veinte años con nosotros; a uno de ellos solo el terror fue capaz de callarlo, a Manolo Giménez Abad, pero otros compañeros no han tenido la oportunidad que tengo yo de poder despedirme desde esta tribuna: a Joaquín Maggioni, a Valentín Calvo, a Carlos Piquer, que tengo la seguridad de que les hubiese gustado ver este veinte aniversario del Estatuto de Autonomía de Aragón.
Mi deseo a todos de éxitos en este trabajo, que será, sin duda, el éxito de los partidos que representamos, será el éxito de estas centenarias Cortes y será, sin duda alguna, el éxito, en definitiva, de Aragón.
He tenido suerte en mi vida política: me tocó vivir las primeras Cortes, me tocó vivir la primera comisión, he vivido el primer Estatuto, he podido vivir las manifestaciones más importantes de Aragón, he podido ver la apertura de la Alfarería, y hoy, como cierre de mi vida política, puedo vivirla en este marco incomparable de Caspe.
Gracias a todos, gracias. [Aplausos.]
El señor PRESIDENTE: Muchas gracias, señor Eiroa. Felicidades.
Ahora es el turno del portavoz del Grupo Socialista, don Francisco Pina.
El señor diputado PINA CUENCA: Gracias, señor presidente. Señorías.
En primer lugar, en nombre del Grupo Parlamentario Socialista, un saludo y un agradecimiento a la ciudad de Caspe y a su ayuntamiento por esta calurosa y cariñosa acogida que nos dispensa en esta celebración que hoy tenemos en Caspe.
En segundo lugar, como sus señorías comprenderán, es inevitable que con emoción le transmita un saludo de despedida a don Emilio Eiroa, con el que he tenido el privilegio de compartir toda la andadura hasta el día de hoy de estas Cortes. Emilio, hasta siempre, gracias por tu compañía, por tu aportación; estoy seguro no solo de que tienes el reconocimiento de la cámara sino del pueblo aragonés. Suerte.
Señorías, veinticinco años de democracia, veinte años de vigencia del Estatuto. Se conmemoran en este año, como digo, los veinte años de vigencia del Estatuto de Autonomía, y esta celebración -me parece importantísimo señalarlo hasta la saciedad- coincide con otro importante aniversario, si cabe más aún: el de las primeras elecciones democráticas del 15 de junio de 1977, con las que se abrió en España el proceso de normalidad política, que ha tenido su traducción en una sociedad más libre, más justa, próspera, moderna y plural.
Es un orgullo hoy que estas celebraciones tengan su extensión en Caspe, ciudad del Compromiso, uno de los hitos más importantes de la historia de Aragón, que ha sido tomado como ejemplo de concordia y acuerdo entre los pueblos, de pacto político y ecuanimidad, porque vino a resolver, como saben muy bien, de forma pacífica el vacío de poder que supuso la muerte del rey Martín el Humano sin sucesión, y porque el compromiso, señorías, trajo la paz y la ley a todos los estados de la Corona de Aragón.
Hoy, rememorando, reanudando la tradición itinerante de estas Cortes, celebramos sesión en Caspe, haciendo lo más que estas Cortes pueden hacer: legislar: acabamos de aprobar dos leyes, y hemos mostrado a la ciudadanía de Caspe y a las autoridades y vecinos que nos han acompañado cómo funciona esta institución: la cercanía a los ciudadanos y la coordinación con otras instituciones es un capital político fundamental que hemos de desarrollar cada día.
Estoy contento de escuchar las palabras que he escuchado pronunciadas desde esta tribuna en este veinte aniversario del Estatuto. Me alegra porque las condiciones políticas con las que hoy celebramos esta efemérides no tienen nada que ver con los avatares del inicio del Estatuto. Escuchar los argumentos expuestos por mis antecesores en el uso de la palabra da una carga de esperanza muy notable. Tenemos una coincidencia en lo fundamental los partidos políticos de esta cámara, que a mí me parece que es un capital político inestimable que hemos de saber desarrollar y poner al servicio de Aragón.
En este veinte aniversario del Estatuto es preciso hacer un esfuerzo para no caer en el olvido, para que no caiga en el olvido el esfuerzo colectivo, el esfuerzo de consenso, el esfuerzo que nos ha llevado a recorrer este camino. El Estatuto de Autonomía ha pasado por distintos avatares que han sido glosados aquí, y que se recogen -quiero citarlo- en un libro de muy reciente presentación, precisamente en las Cortes de Aragón, llamado Memoria del Estatuto, al que remito con interés a sus señorías, para apreciar el complejo y difícil camino recorrido, las incógnitas que en el inicio supuso el avance del camino estatutario.
No obstante, me apresuro a decir en este momento, sin ningún signo de autocomplacencia, que el Estatuto de Autonomía -cuya reforma es de 1996- es un buen instrumento, es un instrumento jurídico que ha de emitir un autogobierno razonable, un autogobierno que haga y produzca la mejora deseable en el buen gobierno de los aragoneses. No es ni la panacea ni un milagro, pero sí es un avance sustancial el que hemos tenido en estos veinte años, veinte años que nos ha costado conseguir lo que otros muchos han conseguido, otras varias comunidades autónomas han conseguido en diez años.
No es el momento de la nostalgia ni del agravio comparativo. Como decía, tenemos un gran capital político que nos une en nuestra posición respecto del Estatuto y a su desarrollo futuro entre los grupos políticos, y a eso hemos de acogernos, para que la pequeñez relativa de Aragón en el contexto de España cada vez deje de serlo más: juntos podremos conseguir una mejora estatutaria y elevar el nivel de Aragón en el concierto de España.
El camino recorrido por el Estatuto, señorías, ha ido paralelo a la conformación de nuestras señas de identidad en estos últimos decenios, ha ido conformándose -quiero recordarlo en esa zona donde estamos, en esta comarca- y ha conocido manifestaciones, sentimientos, que han reforzado su identidad en una lucha por la propia supervivencia. Aquí han tenido su eclosión las manifestaciones populares en torno a las nucleares, en torno al trasvase, en todo momento caminando, conformando estas señas de identidad aragonesas con la voluntad política de tener y de ahormar un Estatuto de Autonomía.
Ahora toca, señorías, en este veinte aniversario del Estatuto, acercar las instituciones más si cabe a la vida pública, mucho más a la ciudadanía y a los jóvenes. Quisiera hacer una referencia específica, sobre todo cuando miramos hacia Europa, hacia nuestros vecinos, y vemos el fenómeno de la abstención y el fenómeno de la desatención política de las capas más jóvenes de la población; es un momento que quiero incorporar a la efeméride del Estatuto para que reflexionemos sobre ello. No podemos permitir que haya una desafección a la política y al sentido último de ciudadanía que entre los jóvenes se está produciendo; hemos de conjurarnos, con el instrumento del Estatuto también, en acercar las instituciones a la vida pública, a los ciudadanos en definitiva, implicando a los jóvenes de una manera mucho más eficaz.
Pero acercar las instituciones a la vida pública requiere reclamar un funcionamiento eficaz de estas instituciones, y el funcionamiento eficaz de las instituciones requiere reclamar con contundencia algunas obviedades, todavía a estas alturas, señorías. Creo que esa reclamación comienza por decirle a la opinión pública, por recordar a la opinión pública y a las otras instituciones que las comunidades autónomas -perdónenme la obviedad-, las comunidades autónomas son Estado, son Estado, son un éxito de la Constitución Española, y son Estado, y reclamamos desde esa consideración la lealtad constitucional que regule, que rija las relaciones entre las comunidades autónomas, el Gobierno de España y el resto de las instituciones. Es fundamental esta concepción, porque alguno podría pensar que la complejidad institucional de un país compuesto como España, un país de tendencia cuasi federal como España, puede inducir a la debilidad.
Quiero también hoy, en este lugar, reafirmar que la complejidad institucional no es sinónimo de debilidad, que los países más complejos son precisamente los más fuertes, y, desde luego, con un sistema democrático que funciona mejor. Vean Alemania, vean Estados Unidos: son países de una complejidad institucional notable, y, sin embargo, son países poderosos que están imprimiendo su modo de vida en todo el planeta. No me lo tomen más que como una referencia para reafirmar con contundencia que la complejidad que nace desde la esencia institucional del municipio -que ahora se complica, aparentemente, con el nacimiento de la nueva institución que es la comarca, las diputaciones provinciales, los gobiernos autónomos, las comunidades autónomas y el resto de las instituciones del Estado, y esto en el contexto europeo-..., pues bien, señorías, toda esta complejidad no debe asustarnos porque, si tenemos la capacidad y la coordinación, haremos que, a pesar de ella, Aragón y España sean un país y una comunidad autónoma fuertes para poder cumplir el fin último, que es servir mejor a nuestros ciudadanos.
Reclamamos, en consecuencia, señorías, la reforma del Senado, porque es una necesidad imperiosa de coordinación y de expresión de las comunidades autónomas en el contexto del Estado; reclamamos con urgencia el establecimiento de unos mecanismos de participación en Europa. No es posible que las comunidades autónomas, que detentan el 80% de las competencias que afectan a la vida diaria de los ciudadanos, no tengan regulado este procedimiento de participación; pero Europa todavía queda lejos, porque en la cercanía reclamamos la posibilidad de conformar, de participar más activamente en la conformación de las políticas nacionales, y por eso nos parece que la reforma del Senado es un instrumento de una urgencia radical, es imprescindible.
Vean ustedes lo que estoy queriendo decir: la planificación hidrológica no ha tenido lugar, no ha tenido el foro adecuado para poner en concurrencia y en concierto los intereses que en toda España se dan; no hemos tenido la ocasión, y nos ha llevado a este conflicto tan potente, tan poderoso, con el Gobierno de España porque no hemos tenido la ocasión de producir un debate sereno, un debate a la altura de las circunstancias de los intereses generales, y nos produce el desafuero y la desazón de aparecer ante la opinión pública española como una comunidad insolidaria, porque no hemos tenido la oportunidad de contrastar en el foro adecuado estas políticas que afectan al futuro de Aragón -no voy a insistir más-, que de una manera tan radical pueden suponer esquilmar nuestras posibilidades de futuro de una manera absolutamente inadecuada.
Reclamamos, en consecuencia, mejores fórmulas de financiación para cubrir algunas injusticias seculares, en las que todos hemos tenido errores en el ejercicio del gobierno, del gobierno de España -lo digo por la formación política a la que pertenezco-. Hay que radicalmente mejorar el sistema de financiación, porque el autogobierno es sobre todo autonomía financiera.
Finalmente, señorías, quiero relacionar una asignatura pendiente que tenemos en Aragón después de estos veinte años de autonomía: la estabilidad política: ningún proyecto político es capaz de mostrar sus bondades si no tiene un mínimo de continuidad en el tiempo. Necesitamos parecernos en lo positivo a otras comunidades autónomas. Llevamos demasiados ensayos desde la preautonomía aragonesa con el fracaso permanente de proyectos políticos que no tienen continuidad. Es necesaria una estabilidad política que ha de prepararse y ha de fraguarse con el concierto de la sociedad más allá del momento puntual de la votación. Esa estabilidad política es un objetivo para el que los aragoneses y sus representantes políticos tenemos que dedicar todo el esfuerzo posible. Vean y reflexionen sobre nuestros vecinos -a veces ni tanto ni tan calvo-.
Es una necesidad imperiosa que demos continuidad a los proyectos políticos, dotándonos de una estabilidad que no solo se refiere a la estabilidad política, sino a la estabilidad administrativa y social. La estabilidad social nos permitirá llegar al momento electoral con una mayor preparación y la estabilidad administrativa dotará a la Administración pública aragonesa de una estructura que no se altere con cada cambio de gobierno, que no se altere porque las competencias en la conformación del nuevo gobierno pueden alterar radicalmente esa estructura administrativa, y eso es algo que a mi modo de ver se aparece como prioritario en los objetivos que esta comunidad debe conseguir.
Me alegro -y lo repito- por la coincidencia nuclear en los grandes objetivos que tenemos y que estamos expresando en este momento, en esta tribuna, los partidos políticos a través de sus grupos parlamentarios.
Veinte años después estamos, señorías, ante la necesidad de producir una nueva reflexión y de prever el futuro; estamos ante esa necesidad -acaba de citarlo algún predecesor en el uso de la palabra-... Acabamos de constituir una comisión especial de estudio para la profundización del autogobierno aragonés, veinte años después, señorías, las Cortes vuelven al Estatuto de Autonomía para analizar la profundización del autogobierno, del autogobierno aragonés, en la búsqueda y consecución de la más adecuada autonomía real, acorde con el derecho y la exigencia de los aragoneses que no renuncian a que Aragón alcance una posición de influencia mayor en el conjunto de la España autonómica.
Salir de nosotros mismos aportando una visión de Estado más a la altura de nuestro mejor pasado histórico es empresa a la que no podemos renunciar, en la consciencia de que, al lado de un trabajo riguroso y constante, será un buen método para conseguir más desarrollo y bienestar para todos los aragoneses; a esa empresa, señorías, estamos todos convocados.
Muchas gracias.
El señor PRESIDENTE: Muchas gracias, señor diputado.
Y ahora es el turno del Grupo Parlamentario Popular, y su diputado don Ángel Cristóbal Montes tiene la palabra.
El señor diputado CRISTÓBAL MONTES: Señor presidente.
Dios mío, ¡qué altos están ustedes!, ¡qué barbaridad!
Señoras y señores diputados, este es un día de celebración y, por lo tanto, desde el Grupo Popular vamos a pasar hasta las pequeñas insinuaciones, indicaciones: no diré engaños, porque no hay engaños, pero las pequeñas captaciones que se han vertido desde esta tribuna.
Por ejemplo, nos vamos a olvidar de que el señor Fuster -que gana cada día en esta tribuna- nos ha hablado de soberanía aragonesa: no vamos a decir nada; ni vamos a decir nada de lo que el señor Pina nos acaba de decir: que la estabilidad es un bien por el que debemos trabajar todos, y todos trabajamos en la estabilidad, y, en consecuencia, nos aplicamos el cuento, igual que ustedes trabajaron por la estabilidad el año noventa y tres. Pero no vamos a hablar, no vamos a hablar de esas cosas.
Vamos a hablar de cosas más trascendentales, de cosas de las que no se habla todos los días; para pelearnos tenemos nuestra sede natural de la Alfarería, y vive Dios que nos peleamos con holgura y a fondo, y además yo creo que dentro de las pautas y los cánones.
Hoy es un día para remontar el vuelo, o intentar remontar el vuelo; hoy es un día para ver las cosas, o intentar verlas con grandeza; hoy es un día para celebrar y no para ofuscarnos, ni siquiera para subrepticiamente tratar de adelantar un paso, porque estas cosas a la larga no suponen ningún paso: la gente se percata perfectamente.
Son veinte años de vigencia del Estatuto de Autonomía, y a mí me gusta, en lo personal y en lo político, estar aquí esta mañana, esta mañana tarde, rememorando esos veinte años, porque, a pesar de que de mí se ha dicho siempre que era un autonomista renuente, o un autonomista tibio, y otros muchos calificativos, he creído siempre, sigo creyendo y continuaré creyendo en la autonomía aragonesa, y en general en las autonomías de los distintos territorios de España.
Volver un país centralizado, rígidamente centralizado (no tanto como Francia pero en algún momento se le pareció tremendamente), un país rígidamente centralizado, transformarlo en uno de los países más descentralizados del mundo -del mundo occidental, me refiero-, no ha sido una etapa sencilla, no ha sido una tarea fácil, no ha sido un proceso cómodo; ha sido difícil donde los haya, porque eran dos siglos, más de dos siglos, porque en realidad el proceso centralizador se inicia con Felipe V en 1700, pero los dos últimos siglos fueron -a partir de la revolución francesa, XIX y XX- rígidamente centralizadores.
Rígidamente centralizadores, pero no gratuitamente centralizadores; no se piense que la centralización en España o en Francia era un propósito de unos soberanos o de unos regidores que querían tener todo el poder del mundo y que querían ahogar las libertades, las sanas libertades de las regiones y de los pueblos. Es que la construcción moderna de Europa y de occidente requirió de rígidos procesos centralizadores, porque a veces nos olvidamos, cuando volvemos la vista atrás... Y es obligado a veces volver la vista atrás y desde luego no se puede construir el futuro sin conocer el pasado, ciertamente, pero no hay que dejar nunca de mirar atrás. Billy Brandt decía que quien no mira atrás pierde el futuro.
Y es que, cuando echamos la vista atrás, ¡que sana aquella España, la de los Austrias!, en que cada territorio tenía no soberanía, pero sí su autonomía política, tenía sus propias instituciones, sus regidores, tenía su derecho, tenía su vida propia, y el elemento centralización, el elemento que armaba era sutil, delicado, en muchos casos inaprensible. Pero, señores, aquel no era un Estado idílico. Nunca ha habido países idílicos ni estados idílicos, por suerte, porque, si hubiera estados idílicos, países idílicos, ¿qué pintaríamos aquí? Cuando se llega al idilio lo correcto es cerrar el espectáculo, y se acabó. Nunca ha habido países idílicos, y aquella España descentralizada, aquella España autónoma, casi o cuasi soberanista, con diversos estados, entre ellos el estado de Aragón, el Reino de Aragón, viviendo prácticamente a su albedrío, era una España muy particular, que tenía sus cosas buenas pero que tenía sus cosas malas, era una España profundamente injusta.
Cuando volvemos la vista atrás decimos de aquella bendita España descentralizada que era la descentralización de unos pocos, de los oligarcas, de la nobleza, de las clases superiores. El pueblo llano escasamente percibía algo, escasamente recibía algo de aquella sana descentralización. Por lo tanto, si hubo que construir estados modernos, tuvo que hacerse sobre la base de procesos centralizadores, y difícilmente, no en España sino en toda Europa, se hubieran construido las maquinarias que hoy tenemos y que podemos permitirnos el lujo de descentralizar si no hubiera habido -y no tengo ningún empacho en decirlo- un sano proceso centralizador, porque había un Estado feudal, un planteamiento feudal de las cosas que había que reducir a unidad y que había que racionalizar.
Los historiadores repiten constantemente que en la noche del 3 al 4 de agosto 1789, cuando la Asamblea, la Convención Revolucionaria Francesa abolió todos los privilegios y señoríos en el Estado francés, allí se dio el primer paso de la centralización, pero el primer paso también del nuevo orden de la modernidad, de otro tipo de justicia y de otro tipo de construcción racional de la vida pública en la que no todo ha sido malo.
Pero aquello se acabó, y en buena hora se acabó. Ha habido países que han tenido la suerte, la inmensa suerte de no tener que acabar con ese proceso porque no lo llegaron ni siquiera a empezar. Los Estados Unidos desde el principio tuvieron una construcción federalista, pero no crean ustedes que gratuita. En Estados Unidos, el federalismo, el bendito federalismo -porque lo digo sin ningún matiz peyorativo-, el bendito federalismo costó una de las guerras civiles más crueles del mundo moderno, la guerra de los años sesenta y dos a sesenta y cinco, una guerra civil terrible, les costó pasar por una guerra civil para acceder al federalismo.
Pues bien, hubo países que pudieron desde un principio plantearse (Australia, Canadá...), desde el principio, porque eran estados coloniales, la visión descentralizada, la visión federalista de la vida. En España no; en España tuvimos durante los últimos siglos un Estado absolutista, un Estado centralizado, rígidamente centralizado, y llega un momento en el que hay que poner fin a esa situación.
Pero no crean ustedes que hemos sido nosotros los únicos que nos hemos dado cuenta. Se han dado cuenta en todos los sitios. Si ha habido un Estado jacobino por naturaleza es Francia. Francia hoy está inmersa (no hoy: desde hace un tiempo) en un proceso descentralizador, en un proceso descentralizador, que cuando los franceses miran hacia España se les ponen los dientes largos. Nosotros, los españoles, que se nos han puesto siempre los dientes largos cuando hemos visto las cosas políticas francesas, y con razón, ahora, en este tema concretamente, en el tema de la autonomía, en el tema de la descentralización, vemos que a quienes se les ponen los dientes largos son a los franceses cuando ven lo que han avanzado ellos y lo que hemos avanzado nosotros, porque nosotros hemos avanzado mucho, muchísimo, muchísimo.
Y por eso, esta mañana, cuando nos reunimos a celebrar nada más y nada menos que veinte años de un Estatuto de Autonomía, quizá no somos del todo justos, y es muy difícil al hombre y a la mujer política pedirles que hagan un ejercicio de estricta justicia, porque en democracia, para bien y para mal, se hace política a través de los partidos y, en consecuencia, se tiene una visión partidaria, partidista, de las cosas en muchas ocasiones, y no se puede ni se debe prescindir de ella, porque, si se tuviera una visión uniforme... La democracia fundamentalmente es polémica, contención, discordia; alguien ha dicho que la democracia no es otra cosa que poder elegir entre la concordia y la discordia: unas veces se concuerda y otras se está en desacuerdo, unas veces se acepta la unidad de acción y en otros casos se actúa cada uno a su aire, y eso es lo bueno, eso es la variedad.
Pues bien, en España no somos justos cuando echamos la vista atrás, cuando nos paseamos desde la Constitución del setenta y ocho y desde el inicio del proceso autonómico al día de hoy, y decimos que no hemos conseguido todo lo que queríamos, no hemos llegado a donde queríamos haber llegado, nos han tratado mal, Aragón particularmente ha sido postergado... Y hay un fondo de verdad en todas esas cosas, pero no toda la verdad, no toda la verdad. La verdad es relativa, la verdad está distribuida y la verdad hay que contemplarla secuencialmente, por estratos y en épocas y momentos. A lo mejor, nosotros, aquí, en Aragón, no hemos conseguido todo lo que podíamos apetecer por historia y por tradición. Los oradores que me han precedido han hablado constantemente de que se nos escapó el primer tren de milagro (de milagro negativo en este caso), se nos escapó el primer tren: el tren de la disposición adicional de la Constitución de poder acceder directamente a la autonomía por la vía del 151, por haber plebiscitado en el pasado un estatuto de autonomía. Se nos escapó porque aquí mismo, en Caspe -y lo han repetido y no voy a insistir sobre lo que han dicho todos los demás-, aquí mismo, el año treinta y seis, estaba listo el anteproyecto. Pero no crean ustedes que en otros territorios iban mucho más avanzados. En Cataluña sí, en Cataluña tuvieron el Estatuto aprobado en 1932 -siempre han sido tempraneros, siempre han sido madrugadores-, pero en el País Vasco y en Galicia, ¿saben ustedes cuándo se plebiscitó? En el año treinta y seis, y en uno de ellos estando ya la guerra civil iniciada.
O sea, se nos escapó el tren de milagro, de puro milagro. Si el año treinta y seis aquí se hubiera plebiscitado, como pudo plebiscitarse, el Estatuto de Autonomía, nosotros hubiéramos entrado junto con Cataluña, País Vasco y Galicia por la vía del 151, y nos hubiéramos evitado buena parte de las cosas que hemos tenido que vivir desde el ochenta y dos hasta el 2002.
Pero ¿quieren que les diga una cosa? No debemos arrepentirnos, sobre todo, no debemos llenarnos de amargura, y no debemos arrepentirnos de lo que nos ha pasado, primero, porque sería necio: los acontecimientos históricos son los acontecimientos y lo que ha pasado, te guste o no te guste, ha pasado. Pero ¿creen ustedes -y les estoy hablando simplemente, estoy reflexionando en voz alta y tratando de hablar con ustedes de corazón a corazón- que estos veinte años, en que por esa circunstancia nosotros hemos tenido trabajosamente que, a través de la vía del 143, abrirnos camino con dos reformas estatutarias en los años noventa y cuatro y noventa y seis, para llegar a hoy día, ha sido un esfuerzo baldío, hemos perdido el tiempo? Pues no.
Yo no sé, la verdad es que no sé si Cataluña o el País Vasco, si se hubieran visto en la tesitura en que nos hemos visto nosotros, hubieran reaccionado como hemos reaccionado nosotros. A lo mejor no. Cataluña a lo mejor hubiera pensado que es tan grande Cataluña y es tan grande el hecho autonómico y el hecho diferencial catalán, que ellos no pueden ir a remolque, no pueden ir en el furgón de cola, no pueden ir detrás de nadie. Nosotros hemos ido en el furgón de cola durante muchos años, hemos ido a remolque de otras autonomías, y hemos ido no en los vagones de primera sino en los vagones de tercera, y hemos sufrido.
Y alguien decía aquí, y decía con razón, que en ese proceso autonómico dilatado a lo largo de veinte años -la última reforma se aprueba en diciembre de 1996- ha habido una serie de constantes. Y quien no sepa apreciar en esas constantes el valor que implica, quien no sepa ver en esos acontecimientos la carga de fondo que tiene y la proyección de futuro que anuncian, yo creo que yerra, y, sobre todo, no es justo, porque esta ha sido la única región, la única -y en eso sí que no nos podemos equivocar porque es un hecho histórico-, en la que, sucesivamente, no sus políticos, no sus instituciones, no las clases dirigentes, no los pensadores, no los profesores, no los intelectuales, sino el pueblo llano ha estado en la calle diciendo una y otra vez que queremos autonomía, y autonomía en plenitud. Y lo dijo el setenta y ocho y lo dijo el noventa y dos, y lo volvió a decir el noventa y tres, y lo ha dicho en Zaragoza y lo ha dicho en Madrid. ¿Qué vale eso? Su peso en oro. ¿Qué vale eso políticamente? Su peso en oro.
¿Creen ustedes que, aunque hayamos ido retrasados en el tiempo, el haber vivido un proceso como el que hemos vivido, en el que, motu proprio, por propia iniciativa y por nuestro propio esfuerzo nos hemos puesto a la cabeza del proceso autonómico de las autonomías del 143, y hemos abierto brecha y hemos marcado la pauta por la que se han deslizado otras regiones y otros Estatutos, no vale nada? Vale su peso en oro, tiene un valor inestimable, porque hemos trabajado la autonomía en Aragón desde prácticamente nada, desde casi nada.
El Estatuto de 10 de agosto del ochenta y dos... Era entonces diputado en el Congreso de los Diputados, igual que era mi compañero Antonio Piazuelo, y me tocó participar en ese debate y competir con Hipólito Gómez de las Roces frente a las enmiendas que él defendía, y fue un combate sereno, noble, de cierta envergadura y de cierta dureza. Pero, en honor a la verdad, hay que decir que el Estatuto de 10 de agosto del ochenta y dos, igual que los estatutos de las demás autonomías, a raíz de los pactos autonómicos de 31 de julio de 1981, eran estatutos muy menguados, muy menguados. Tan menguados que nos obligaban, incluso, a hacer trampas. Tuvimos que hacer trampas para que estas Cortes de Aragón, el año ochenta y tres y siguientes, pudiera reunirse las veces que quería reunirse, porque nos limitaban hasta las horas: ciento veinte horas nos daban, y no nos daban más. Y hubo que hacer trampas, porque, obviamente, unas Cortes reducidas a ciento veinte horas no eran unas Cortes de verdad.
Y no permitían que los directores generales pudieran ser políticos; tenían que ser funcionarios, necesariamente funcionarios. Lo cual no era una visión política de la autonomía, sino una función meramente administrativa, burocrática, descentralizada. Ni permitían que el gabinete tuviera más de diez consejeros; ahora ni los tiene, pero no los tiene porque no quiere, pero, si quisiera tener veinte, pues podría tener veinte. ¿Qué implicaba eso? Que teníamos una autonomía muy menguada.
Pues bien, contra eso batallamos, contra eso peleamos, contra eso nos defendimos y lo hicimos todos. Quien pretenda a estas alturas ponerse medallas de que yo hice más que tú, de que yo impulsé más que tú, de que yo fui más valiente, más arrogante o más temerario, se equivoca, se equivoca históricamente y se equivoca de presente y se equivoca de futuro. En este proceso no se puede poner nadie la medalla, porque la medalla, para empezar, es exclusiva del pueblo aragonés, y lo que quede nos lo repartimos cómodamente, y además ecuánimemente, equitativamente, todos los demás. Cada uno pusimos en cada momento lo que teníamos que poner, unos más, otros menos, según las circunstancias, según corresponde, según los acontecimientos venían dados.
Y termino, señor presidente, porque empiezan a ser horas problemáticas.
He querido intervenir, primero, porque mi grupo me lo ha permitido y se lo agradezco sobre manera. Pero he querido intervenir sobre todo, hoy, porque un viejo contendiente y amigo, don Emilio Eiroa, se ha despedido. Bueno; a mí me ha puesto un nudo en la garganta, yo soy viejo y por lo tanto ya soy llorón, y, en consecuencia, lloro con facilidad y además me enorgullezco, me enorgullezco de llorar, pero me ha puesto un nudo en la garganta.
Yo he peleado mucho con Emilio Eiroa. Bueno, tampoco diría mucho porque es difícil pelear con él, es difícil, tiene una noble condición humana, una tendencia a la condescendencia, una tendencia a la concesión y una tendencia a reconocer siempre más en el otro que en sí mismo y es muy difícil pelear. Pero hemos sido adversarios en determinados momentos, también hemos sido colaboradores, como lo he sido con otros miembros de su partido, con el presidente Mur, con el que es más fácil pelear, por ejemplo [risas], y no digamos con don Hipólito Gómez de las Roces, con el que no solo es más fácil pelear sino que es casi obligado pelear, es casi obligado pelear.
Pero con el señor Eiroa hemos tenido una vieja relación, una vieja relación. Yo me acordaba esta mañana, cuando le oía hablar del noventa y uno, cuando en las elecciones autonómicas del año noventa y uno, el Partido Aragonés saca diecisiete diputados, el Partido Popular saca también diecisiete diputados (veinticinco mil votos menos que el PAR), las Cortes elegidas, y el noventa y uno me eligen presidente y soy el encargado de llevarle (no quise ni siquiera que viniera al despacho de las Cortes) al despacho que tenían entonces, a la sede que tenía el PAR en Sagasta..., le llevo el acuerdo de la Presidencia, la determinación de la Presidencia de proponerle como presidente del Gobierno de Aragón, como presidente de la Diputación General de Aragón.
¿Se acuerda usted, don Emilio, de que le llevé ese sobre, le llevé esa carta y estuvimos allí hablando? Fue elegido, ciertamente, presidente del Gobierno de Aragón con los diecisiete votos de su partido, los diecisiete votos del Partido Popular, y, a diferencia de lo que había pasado el ochenta y siete, en que votamos también a don Hipólito, pero don Hipólito no nos dejó entrar a la primera -después nos dejó entrar, no le quedó más remedio-, don Emilio sí que nos dejó entrar a la primera. Y no solo nos dejó entrar a la primera sino que entramos en plano de igualdad. Era un gabinete al cincuenta por ciento, y vive Dios que nos entendimos bien y trabajamos bien, hasta que pasó lo que pasó, y no voy a decir absolutamente nada más, absolutamente nada más.
Pero el año noventa y cinco, el Partido Popular obtiene veintisiete diputados, el Partido Aragonés obtiene catorce -me parece-, y formamos de nuevo Gobierno de coalición, pero en este caso ya no lo preside el PAR, sino que lo preside el PP, con Santiago Lanzuela. Pues bien, don Emilio Eiroa entonces es elegido presidente de estas Cortes, y ahí sí cumplió el mandato, porque ahí no caben mociones de censura -cuando le tumbaron a él, no me tumbaron a mí, que yo era presidente de las Cortes y a alguno le hubiera gustado, y a lo mejor a mí más que a alguno, pero no fue posible-, ahí sí que terminó el mandato.
Pues bien, el hombre que hoy ha renunciado -y lo digo con absoluta sinceridad y con absoluto sentimiento-, el hombre que hoy ha renunciado es un hombre bueno. Un hombre bueno, que en política no es fácil decirlo, ¿eh? Para mí, cuando dicen «es un buen político» es lo mismo que decir «es un político ladino». Bueno, y, si no fuera ladino, ¿cómo iba a ser político? En política los hombres buenos no son frecuentes, no lo pasan excesivamente bien, pero tampoco lo pasan excesivamente mal, porque el hombre bueno se acomoda con facilidad a esas cosas y, sobre todo, genera una especie de espuma protectora que le protege contra el medio ambiente.
Es un hombre bueno que se nos retira, que podía haber esperado perfectamente seis meses, siete meses, que nos quedan de vida parlamentaria, y se va en plena legislatura, y por eso, como se va, no por un declinar natural, no por un cumplimiento del tiempo, no por un vencimiento del mandato parlamentario que tenía, sino que se va motu proprio y unos meses antes se marcha, yo creo que merece el pequeño homenaje que le estamos brindando aquí esta mañana. Y quiero decir que, bueno, que con él se marcha una parte de nuestra historia, se marcha una parte del parlamento, se va un buen amigo, se va un buen contendiente, se va un buen político, se va un hombre que ha prestado servicios a esta comunidad, que ha prestado servicios estimables.
Un hombre que ha sido presidente de la DGA y presidente de las Cortes de Aragón no es cualquier cosa. Eso no es cualquier cosa, es históricamente relevante, es históricamente imperecedero, y eso merece estar en los anales y merece que desde aquí, querido Emilio, te mande, en nombre del Grupo Popular y en el mío mismo, un gran abrazo de solidaridad, de cariño, de comprensión y, desde luego, de causa común.
Esto es una etapa, y yo no sé si es una amenaza también. En el sentido..., yo no sé si soy unos meses más o unos meses menos viejo que tú, pero, claro, si se te van los pocos que van quedando mayores, a los que estamos mayores el suelo se nos torna resbaladizo... Pero, en fin, yo no voy a hacer mucho caso a esa salida tuya, quizá porque soy menos buena persona que tú. A lo mejor a mí no me sea dado el renunciar, sino que tendrán que echarme a patadas, pero, en fin, todo se andará.
Y nada más.
Muchas gracias, señor presidente, y felicidades, de nuevo, por esta celebración. [Aplausos.]
El señor PRESIDENTE: Muchas gracias, señor diputado.
Señoras y señores, finalizado el orden del día, se levanta la sesión [a las quince horas cinco minutos].